#56 Un simple día antes de San Valentín: The Shape of Water

13.02.2018

  Qué niño no les teme a los monstruos, pero hay alguien que desde niño les dio su fidelidad, un cineasta que les prometió que si no lo atacaban. iba a crecer para contar sus historias. Guillermo Del Toro ve los monstruos como los santos patrones de nuestras imperfecciones que nos permiten fallar y seguir adelante.

  Los cuentos de hadas no siempre son lo que parecen, normalmente se llenan de metáforas para dejar un mensaje de aprendizaje antes situaciones, pero The Shape of Water es diferente, llena de códigos, referencias a un antiguo mundo ñoño de criaturas genéticamente modificadas, muchas veces más humanas que los mismos humanos. Guillermo Del Toro, el guionista y director, es un ñoño (como el staff de la página, pero con talento) que no son pocas las veces que su entusiasmo afecta sus cuentos de hadas y produce películas desbalanceadas (pero jamás malas como las de Nicolás López) como lo fue Pacific Rim.

  Sin embargo, en sus mejores momentos (como en el Laberinto del Fauno, tal vez su mejor obra) fusiona el entusiasmo por la ñoñes con la fibra más sensible del romanticismo, una que sorprende con su sinceridad.

  Una base de películas viejas, comics, arquetipos míticos y su imaginación visual para crear un equilibrio, como si desempolvara una antigua historia y le sumara un color, voz y forma diferente.

  Esta cinta está llena de referencias, la más evidente es El monstruo de la laguna negra (Jack Arnold, 1954), un clásico del terror que trata sobre una extraña criatura, mitad murlock y mitad humana, descubierta en la selva tropical del Amazonas. En la nueva versión trasladan a esa criatura hasta Baltimore a principios de la década de los sesenta y la conservan en un tanque de laboratorio gubernamental, donde lo someten a torturas brutales en el nombre de la ciencia y la seguridad nacional en plena Guerra Fría.

De la inocencia a una mandíbula cuadrada

  La criatura, como sucede con las criaturas modernas, es un personaje inocente a merced de un depredador despiadado, es decir, los humanos. Su némesis Richard Strickland (Michael Shannon), es un conservador de mandíbula cuadrada que trabaja para el gobierno y responde a un hombre aún más conservador e intimidante.

  Nuestro mandibulín vive en una casa suburbana de tres niveles con su esposa y 3 hijos, conduce un Cadillac, lee sobre el pensamiento positivo y disfruta del sexo silencioso así como del acoso en el lugar de trabajo. Su accesorio favorito es una macana eléctrica, un detalle que busca vincularlo a las figuras de los alguaciles del sur de estados unidos que de vez en cuando aterrorizan a manifestantes pro derechos civiles.

  Tal vez una caricatura del gringo de esos años, pero también un villano plausible y en su normalidad diabólica y totalmente gringa es una razón necesaria para la informal banda de la película, una banda de inadaptados, como nos enseñó IT, que salen a proteger a esta criatura. Esta banda está formada por Elisa (Sally Hawkins), sin lugar a dudas la más importante, una integrante del personal de aseo del turno de noche, quien le pone música de jazz y lo alimenta con huevos cocidos (así que tranquilos si aún no tiene pareja intente enamorarla con un huevo duro) y que luego se enamora de él. Sus dos mejores amigos son Zelda (Octavia Spencer), una mujer negra que se encarga de hablarle en el trabajo, y Giles (Richard Jenkins), su vecino homosexual. La simpatía sobria e intuitiva entre estos inadaptados le da a este cuento de hadas un toque político y de aceptación.

Un romance sin límites

  Más de algún conservador puede sorprenderse con lo lejos que llega este romance interracial, ya que hacen de todo (incluyendo que ya cuenta con un dildo, pronto lo más seguro es que se venga la regla 34, ojo para quienes juegan a los pistoleros de manera seguida) y lo natural y poco espeluznante que lo hacen ver, por la manera pura y apropiada que lo hacen lucir, con una inocencia de romance infantil. El interés de Elisa se origina más en el reconocimiento que en la curiosidad. Debido a que es muda, los demás y ella misma, la consideran como alguien "incompleto", alguien inferior a un humano con todas sus capacidades (sobre todo a un simio).

  ¡Y qué tanto! La historia de la humanidad a través de su folclore está lleno de hombres sapos, bellas y bestias. La mitología clásica tiene sátiros y centauros, dioses que cambian de forma y ninfas con el poder de metamorfosis, cuyas relaciones y copulas son parte del legado humano.

  Puesto que ninguno de los dos puede hablar, se comunican a través de gestos y la música. Hawkings, quien da una actuación muda en una película sonora, evoca inevitablemente a Charles Chaplin, sobre todo para aquellos que ya están más entraditos en años, y, además, se mueve y tiene gestos faciales que recuerdan las elegancias del cine mudo, el que eliminaba la distancia entre la actuación y el baile.

Puntos Finales

  Tha shape of water es una película que fluye entre la mezquindad y la intolerancia como el agua misma, pero la amabilidad siempre es posible, al igual que la belleza. La película cuenta con colores vividos y sombras profundas; es tan llamativa como musical, inocente como una cinta de animación y turbia como cine negro.

  Pero sin lugar a dudas, lo más notable y bienvenido es su generosidad argumental, que se extiende de la pareja central, Zelda, con sus problemas matrimoniales y Gildes, un artista cuya carrera en publicidad está casi acabada, no son personajes de reparto. Tienen sus propias películas, al igual que Strickland, aunque dudo que alguien quiera participar de esta, sobre todo porque se siente demasiado real.

  Aunque, con Guillermo Del Toro, la realidad es el dominio de las reglas y las responsabilidades, y el realismo es una visión de las cosas literal e indescifrable que solo puede contrarrestarse mediante la imaginación. Esta jamás va a ser una lucha justa o simétrica, y la razón más importante para ver este tipo de películas es equilibrar las posibilidades.

- Korbo, un simple simio.

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